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Opinión de hija del volcán de Jenifer de la Rosa: Entre cenizas y esperanza

A sus treinta, Jenifer comienza a indagar sobre sus orígenes, consciente únicamente de que su adopción en España está relacionada con la tragedia de Armero, provocada por el volcán Nevado del Ruiz en Colombia, y de que existe la posibilidad de que su madre todavía esté viva.

Con estas pistas, inicia una investigación que la lleva a su país natal, donde conoce a diferentes personas que le ayudan a descifrar su pasado. Su viaje culmina cuando, por casualidad, conoce a alguien que cambia su realidad para siempre.


Cuando sucedió la tragedia del volcán Nevado del Ruiz en Colombia, yo no había nacido, por lo que este documental me acercó a un hecho que desconocía. Pero al ver la imagen de la niña con los ojos negros, mi mente me dijo:¡Ya viste esa imagen en algún lugar! Sin embargo, desconozco en qué momento o en qué contexto.
En pocos documentales veo cómo la directora se involucra tanto que la vemos abandonar la cámara para ponerse frente a ella, y Jenifer de la Rosa lo hace. Jenifer es la protagonista de su propia historia y pienso que necesita y desea que lo que ocurra o cuando encuentre a su madre, ella esté frente a la lente que lo observa todo y no escondida tras ella.

Cuando vi la primera imagen del documental pensé:¡Qué fácil ha sido!, ¡ha encontrado sus orígenes! Y, a lo mejor, nos quiere explicar de qué manera lo ha conseguido o el viaje que ha realizado hasta conseguir ese momento de encontrar a su madre biológica, pero ¡qué equivocada me encontraba!
El viaje de Jenifer parece no terminar nunca y, cada vez que se acerca a un puerto seguro, este parece resquebrajarse, pero si algo me ha gustado de esta gran directora es que es incansable y no se rinde. Aunque, en algún momento, confieso que la noté con ganas de tirar la toalla, pero no lo ha hecho.
Yo sentía que con cada paso que daba o cada pista que Jennifer tenía y compartía, me sentía feliz y mi corazón daba un salto enorme, pues soy de esas personas que adora los finales con respuestas o los finales con todas las piezas del puzle completas.
Soy la primera que me gustan las preguntas y conocer sobre mi familia e incluso de los que no he conocido y si hubiese estado en la piel de la directora, hubiese hecho igual. 
Me hubiese ido hasta el fin del mundo para encontrar las respuestas, pero no la que me quieran dan las autoridades o las personas con las que hablo, sino hasta encontrar la verdad.

Pero el viaje del que nos hace cómplices, Jenifer no es el de seguir el camino de las baldosas amarillas, sino el de que, a cada puerto que llegas, todo zozobra o todo cambia.
El del silencio atronador que duele, molesta y enfada terriblemente.
Pienso que este documental empezó de una manera y termina de otra muy distinta. Hace 40 años de la erupción del volcán y de la tragedia. 
La directora empieza a tirar de hilos, y su propia historia parece una madeja enmarañada de la que muchas personas prefieren callar y no empezar a sacar hilos, ¿por miedo? ¿Por qué hicieron las cosas mal? De verdad, el silencio en este documental es capaz de enfadarme y si yo hubiese sido ella, me hubiese puesto a gritar, en muchas ocasiones
La producción es sencilla, pero la historia está narrada con gran humanidad y, aunque la burocracia no se lo haya puesto fácil, Jenifer despoja a la narración de esos artificios burocráticos o de lo complicado para hacerla sencilla y emocionante.

Ella es una investigadora incansable que busca respuestas y se topa con más preguntas; pero es gracias a Francisco González, Director de la Fundación Armando Armero, una persona guía y casi faro en la historia, que encuentra un aliado perfecto. Sí, la trama es terrible y descorazonadora, pero Francisco hace de lo difícil algo fácil. Además, de sacarnos alguna sonrisa con su luminosa forma de ser. 
Creo que si no existiesen personas como él, habría que inventarlas. Pues, gracias a su voz y su valentía, los casos de niños robados, vendidos o no sé de qué manera llamar lo que se hizo con estos menores, ha salido a la luz y tanto las familias como los niños/niñas que buscan respuestas han encontrado algo de respaldo y consuelo.
Cuando sucede un acontecimiento como el que ocurrió en Colombia con muertos y desaparecidos parece que lo malo se quiere olvidar, parece que, como las cosas se hicieron mal —y a los hechos me remito con muchos menores de edad—, en vez de reparar o ayudar a estas ahora personas adultas que necesitan conocer sus orígenes o cerrar círculos, se les marea y el silencio ensordecedor hace que las fuerzas por seguir escarbando o luchando por saber vayan mermando por parte de muchas personas.
Incluso me hago una pregunta ¿cuántos niños y niñas que han crecido desconocen sus orígenes?

A Jennifer la sentí al comienzo del viaje como una persona tensa, nerviosa… Pero, al final del documental, fui testigo de un gran cambio o una gran metamorfosis. Ella parecía un gusano de seda en un capullo tímida, con una fotografía y un nombre, y la terminamos viendo como una náufraga que comienza a revelar su verdadera historia tras casi diez años de búsqueda.
Ese viaje lo empezó en solitario y en el documental lo termina con alguien más que encontró en su búsqueda. Este hallazgo fue de lo más emocionante que he visto y me emocioné terriblemente.
Hija del volcán, sigue resonando en mí y siento que se agolpan en mi cabeza muchas preguntas tal como, Jenifer salió en la televisión, ¿si no se han puesto en contacto con ella o si su madre no ha dicho nada es que…? Son demasiados interrogantes los que se agolpan actualmente en mi mente.
Tras la ira dormida del Nevado del Ruiz, no solo quedaron cenizas y dolor; quedó la semilla de una pregunta que tardó cuarenta años en germinar. Y es que Jennifer, la hija que el destino y la burocracia quisieron extraviar, quien demuestra que la voluntad de un corazón puede ser más dura e incansable que la furia del volcán.

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