Una foquista en crisis profesional emprende un viaje hasta las últimas fareras. Lo que comienza como una búsqueda externa desemboca en un relato interior donde el proceso de hacer cine se entrelaza con las historias. Las fareras le mostrarán otro modo de estar en el mundo. Esta película es una carta para su sobrino, y para quienes que se preguntan porqué contar historias invisibles. Es una oda al documental, a sus luces y sombras, a su poder de capturar lo que está a punto de desaparecer, así como de iluminar el propio camino. Tomar la vida como un viaje supondrá un renacer profesional y personal.
Conocí a Cristina Rodríguez Paz en la exposición que tiene en el Puerto de Gijón (Sala de exposiciones Antigua Rula) hasta el 30 de noviembre. Cuando vi el cartel con ese faro, me llamó poderosamente la atención y justo llegué cuando empezaba la visita guiada con ella. Lentamente, nos fue explicando cada fotografía, cada detalle y la historia de este proyecto multidisciplinar que viene ligado al documental.
En cuanto supe que se podría ver el documental, aunque seamos islas, durante el 63 Festival Internacional de Cine de Gijón, no lo dude ni por un instante cogí mi entrada y me fui el sábado 15 de noviembre al Centro Municipal Integrado Pumarín Gijón Sur.
Os seré honesta: De no haber ido a esta exposición, estoy segura de que esta producción habría pasado completamente desapercibida para mí. Entre el inmenso catálogo de títulos que compiten en un festival, no me habría enterado de la proyección o hubiese sido demasiado tarde.
Por lo que la visita fue como una luz brillante que me guio y puede que fuese una maravillosa serendipia.
La exposición se complementa a la perfección con el documental. La producción adquiere una dimensión más humana y más profunda que las fotografías, siendo estas la base estática de la historia.
Aunque seamos islas, es un documental emotivo y apasionante, pues el trabajo de Cristina nos permite adentrarnos en una profesión que está abocada a perderse entre las olas y apagarse. No me escondo si os digo que los faros me sobrecogen y que siento que son más que torres que se erigen frente al mar, siendo guardianes de historias.
Tampoco, os mentiré si os digo que, pensaba que todos los faros estaban automatizados y que estos estaban inhabitados.
Por lo que este documental ha sido como una galerna interna para mí, como una sacudida electrizante y poderosa.
Cuando terminó el documental y me enteré de que una de las seis fareras protagonistas estaba presente en el coloquio y me emocioné. Es un gran recuerdo que pienso atesorar en mi mente. Fue un momento especial y único. Siento una gran admiración por esta profesión y por su labor.
Gracias a este documental me gustaría ser cazadora de faros. Me parece un trabajo tan desconocido y tan esencial que estas grandes moles de piedra, madera y otros materiales me llama como un canto de sirena.
Un oficio solitario y de una belleza inigualable que al ver el trabajo de Cristina me hizo sentir libre de muchas maneras posibles.
Creo que existe una unión vital entre el mar y las seis protagonistas, tengo la sensación de que son una linterna humana y que, cuando ellas se apaguen, los faros se perderán en el abismo del tiempo.
Aunque seamos islas, suena tan fuerte como si el faro latiese al unísono de la narración. La narración está llena de matices ricos en detalles, en músicas que resuenan y en silencios cargados de bellezas.
Cristina Rodríguez Paz es una gran narradora que teje la historia con gran paciencia, con gran delicadeza y gran emoción.
Cada logro que consigue y cada paso que da nos lo transmite de una manera mágica. La directora con cada imagen logra transmitir un universo de sensaciones, matices y de una riqueza visual impactante.
La profundidad de todo el trabajo de Cristina radica en no poner frente a la cámara a las protagonistas y hacerlas preguntas o dejar que hablen de lo que quieran. Ella las acompaña sin ruido y en un segundo plano, dejándolas que ellas hablen y se expresen de la manera en la que deseen. En otras ocasiones, es Cristina la que nos regala su mirada.
No podría quedarme con alguna historia en particular de las seis que nos muestra. Todas son especiales
y únicas. Aunque creo que cada una de ellas crean su propia atmosfera bella y emocionante.
Admiro a Cristina y podría repetir esta palabra infinitamente por su tozudez, determinación y su tenacidad por sacar esta producción adelante ante la adversidad.
Admiro a las seis fareras que aparecen aquí, y a las veintiséis que a lo largo de la historia guiaron en la oscuridad a navegantes.
Ha sido una travesía incansable de cinco años, en donde no solo se pone en valor este oficio, sino que trata también con gran respeto el entorno y la naturaleza que arropan a estos faros.
Opino que, aunque haya un real decreto que aboga por silenciar esta profesión, se debería consultar y escuchar. Se debería hablar y dejar que las fareras que deseen seguir realizando esta labor, sean libres de hacerlo. O, si esto no es posible que realicen algo que tenga que ver con lo que llevan años haciendo.
Aunque seamos islas se ha convertido en uno de mis documentales favoritos, no solo de este 2025, de todos los que he visto a lo largo de mi vida.
La complejidad del oficio resuena con una gran dignidad que solo alguien con mucha sensibilidad y ternura podría hacerlo.




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