Entre sus sueños de aventuras y una mirada tierna hacia sus padres, el joven François pasa de la infancia a la edad adulta. A principios de los años 50, en el jardín familiar junto al río Marne, Pierre comienza la construcción de la réplica del Spray, barco legendario con el que Joshua Slocum completó la vuelta al mundo en solitario haciéndose famoso en 1895. Se embarcan en esta aventura su mujer Geneviève y su hijo François, que acaba de cumplir 11 años, y siente pasión por este proyecto y por la figura referente de Slocum, símbolo de libertad.
—ESTRENO HOY-
Un barco en el jardín de Jean-François Laguionie nos invita a reflexionar sobre la vejez, mediante una preciosa metáfora sobre un jardín que está repleto de sueños, recuerdos y una parte de los protagonistas.
La historia comienza tras la Segunda Guerra Mundial, y el joven François está en esa edad en la que sueña y al mismo tiempo se hace preguntas, mientras encuentra su lugar en el mundo.
Nuestro joven protagonista se siente más unido a su madre Geneviève que a Pierre. Cuando está con Pierre, se siente un eco distante y silencioso. Pero, su madre, es quien construye esos puentes invisibles entre ambos.
El acercamiento entre Pierre y François sucede de manera mágica cuando el silencio se llena del eco del martillo y la madera. Aquí, en estos instantes, es cuando nuestro joven protagonista se siente un poco más cerca de su padre.
La narración corre a cargo de François, y a través de su voz, tenemos acceso directo a sus verdaderos pensamientos y sentimientos. Pero, apenas escuchamos a su padre, pero cuando habla su voz suena extraña y lejana.
En cambio, los momentos en los que Geneviève interviene o habla aporta luminosidad y frescura a la trama.
La animación de esta película es exquisita, y me encanta como los dibujos son capaces de capturar las emociones de los personajes incluso cuando no hablan, pues es la mirada la que lo dice todo, que es a menudo. Un barco en el jardín me ha invitado a soñar con los ojos abiertos, atrapándome por completo y manteniéndome en vilo, pues deseaba con todas mis fuerzas que este símbolo de un sueño compartido lograría cumplirse.
También, sentía un pellizco en el corazón cuando veía que se terminaba de construir, pues pensaba; ¿y ahora qué?
En la historia somos testigos de un abismo generacional enorme. Un hijo que no se atreve a preguntar a su padre mucho, y un padre con un mundo interior oculto y sin fácil acceso. Así que creo que las palabras que no dice el padre, las complementa François.
Estaba reflexionando mientras escribo esta opinión sobre algo, y es que el futuro es incierto, así que un barco en el jardín nos invita a ir con calma en nuestros proyectos, pero sobre todo disfrutar del proceso y de esos momentos en los que algo nos une con alguien. Y, aunque los sueños se resistan a ser cumplidos, la belleza reside en ese camino que hacemos para lograrlos.
El jardín de esta familia es un lugar precioso al que acudir para refugiarse y para ver crecer los recuerdos.
Jean-François Laguionie bajo la dirección y Anik Le Ray como guionista, me han hechizado con esta historia.
Creo que tanto los niños/jóvenes como los adultos que vean esta película sentirán una gran necesidad de pensar sobre las distancias generacionales que creamos y sentirán la urgencia de empezar a construir recuerdos juntos y derribar los muros que nos separan.
También, les inspirará para que atesoren estos recuerdos que les unen.
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