Opinión de «Los desconectados» de David Nel·lo

Me resulta muy complicado hacer la reseña de este libro, porque lo que de verdad desearía es que pudieras entrar a ciegas para que la novela te sorprendiera tantísimo como a mí. Si te fías de esto, en lugar de leer la reseña, lee Los desconectados y vuelve después para ver si hemos llegado a las mismas conclusiones.

Si necesitas un poquito más para convencerte, entonces quédate y te cuento.

Cuando abrí Los desconectados esperaba encontrar una historia centrada en las vivencias de un pueblo aislado, ser testigo de cómo se las apañaban para subsistir en un mundo que funciona ya más de manera digital que analógica y descubrir sus motivos para haber tomado esa decisión. Una especie de novela costumbrista-futurista o algo así.

Sin embargo, la primera sorpresa que me llevé fue que el enfoque que propone David Nel·Lo es justo el contrario: se centra en el resto, en los «normales» y en la visión que ellos tienen acerca de los desconectados.

En concreto, la historia está narrada desde el punto de vista de Nani.

Ya adulto, Nani tiene que regresar a Malkonektita por trabajo. Esta visita le trae muchos recuerdos de su niñez en Barrancos, el pueblo de al lado, de lo que él y sus vecinos pensaban de los habitantes de Malkonektita y de lo que le sucedió a su hermana Magdalena. Nani nos cuenta todo eso en retrospectiva, al mismo tiempo que va reflexionando acerca de los hechos desde el presente, marcado por todo lo que ha vivido.

El mundo que aparece reflejado en el libro es un mundo que podría ser real en no muchos años si las cosas siguen evolucionando como hasta ahora. Las personas viven continuamente conectadas a sus Handys, los coches se conducen solos, las mascotas son bots y conviven con IAs asistentes. Además, todos ellos tienen que rendir cuentas a la aplicación It´sMe, subiendo fotografías y actualizaciones de su vida, sin importar si tienen ganas o no (esto me ha parecido muy aterrador).

Todos menos los habitantes de Malkonektita, un pueblo aislado en el que las personas llevan un estilo de vida que podríamos comparar con el de los amish, pero en un futuro basado en las nuevas tecnologías y la conectividad. En Malkonektita no hay cobertura, los Handys no funcionan, tampoco los coches con piloto automático y sus habitantes solo salen de allí para acudir a oficinas que funcionan especialmente para ellos, donde hacer ciertos trámites que desde su pueblo son imposibles.

Por supuesto, los habitantes de Malkonektita generan en sus vecinos de Barrancos una mezcla de fascinación y rechazo, pues nadie entiende por qué han decidido vivir de ese modo tan, según ellos, precario y extraño. ¿Cuál fue el inicio de esa especie de reserva?

Nani, como vecino de Barrancos, crece con esa dualidad de sentimientos, desde la excitación por realizar su primera excursión al lugar, pasando por los inquietantes descubrimientos que hace acerca de los desconectados cuando ya estudia en la universidad, hasta que se plantea a sí mismo la gran pregunta: ¿y si son ellos los que de verdad continúan conectados de la manera más genuina?

La novela, ambientada en un futuro hiperconectado y distópico, aborda las consecuencias del abuso de las nuevas tecnologías, que nos mantienen muchas veces en un falso estado de presencia y unión con los otros, llegando a apartarnos incluso de nosotros mismos en los casos más extremos.

Una cosa que me ha gustado mucho es que en ningún momento tuve la sensación de que el libro pretendiera darme lecciones. De hecho, ofrece preguntas, no respuestas, y el final queda en cierto modo abierto. Hay algunas cosas que no se explican, para las que el autor no nos da solución, dejando que seamos nosotros, como lectores, quienes elaboremos nuestras hipótesis y saquemos nuestras propias conclusiones al respecto.

Los desconectados es una novela juvenil de ciencia ficción, con cierto toque de misterio y un aura parecida a la serie Black Mirror, que me sorprendió gratamente y jugó con mi mente, manteniéndome enganchada desde el principio por la intriga de no saber hacia donde quería conducirme.

 —Opinión de Inés Díaz Arriero—