Que los perros y sus amos se parecen es algo que sabe todo el mundo y con lo que Matilde, Manuel y las dos Marías disfrutan de lo lindo, jugando a encontrar la pareja más divertida y extravagante entre las que pasean por el parque llano.
Hasta que una tarde descubren a un precioso braco de Weimar
que no se parece ni por asomo a su dueño y que despierta las sospechas de Manuel,
que, empeñado en investigar el asunto, acabará arrastrando al Club de las Cuatro
Emes a una nueva y trepidante aventura llena de ladridos.
¡El Club de las Cuatro Emes vuelve a la carga!
Desde su cuartel general debajo del tobogán del parque
llano, Manuel, Matilde y las dos Marías vigilan el barrio, charlan y comen
pipas. Cuando se aburren, matan el tiempo observando a los perros que pasean
por el parque y jugando a encontrar aquella pareja de can – humano que más se
parezca entre sí.
Hasta que, de repente, las alarmas en la mente de Manuel se
disparan. ¿Cómo es posible que ese espléndido Braco de Weimar no se parezca en
absoluto al desaliñado humano que tira de su correa? ¿Y por qué el perrito
tiene una cara tan triste?
Aunque, al principio, sus amigas no le hacen mucho caso, pronto
los cuatro miembros del club se convencerán de que ahí hay gato encerrado (o
perro), porque, desde luego, la actitud de ese tipo es de lo más rara.
Por supuesto, no perderán ni un minuto más. Enseguida se
pondrán a investigar, siguiendo una serie de pistas que los conducirán hasta
una vieja tienda que ninguno de los cuatro había visto antes.
¿Qué misterio se esconde tras el escaparate de Leotardos da
Vinci? ¿Y qué asunto turbio se trae entre manos ese desagradable personaje con
los pobres perretes?
Manuel, Matilde y las dos Marías comprobarán de nuevo que
trabajando en equipo es mucho más fácil conseguir resolver cualquier asunto. Y
es que además no van a estar ellos solos, pues recibirán la ayuda de viejos
conocidos del barrio y de algún que otro personaje nuevo de lo más peculiar.
Como estos cuatro chicos son de lo más apañados, incluso
mientras investigan un asunto tan serio como este, todavía tienen tiempo para
atender (más o menos) a las clases del colegio y a sus correspondientes
actividades extraescolares. En este caso, asistimos a los partidos de fútbol de
María Alcón y la vemos seguir una estrategia de lo más inteligente con la que
pretende demostrar que se merece, sin duda alguna, un puesto en el equipo
titular del Deportivo Pomarense. María dará una lección a sus compañeros pero,
además, los cuatro Emes recibirán un fantástico consejo de parte del señor
Rupérez sobre la importancia de dedicar tiempo a hacer esas cosas que los
apasionan y los hacen felices, incluso si la vida no les permite dedicarse a
ellas de manera profesional cuando sean mayores.
Como ya hizo en la anterior aventura de El Club de las
Cuatro Emes (puedes leer la reseña aquí),
aunque esta vez desde una perspectiva totalmente distinta, Juan Ramón Santos
vuelve a abordar el peligro derivado del ansia de riquezas y de las artimañas
para conseguir ganar dinero de manera rápida.
La edición del libro trae ilustraciones a todo color de la
mano de Lara Pickle.
Reconozco que con el asunto de los perritos lo he pasado tan
mal como María Romero, pero, aun así, El Club de las Cuatro Emes: A cara de perro ha sido una lectura muy entretenida, ágil, emocionante y
divertida. Una novela infantil de detectives, ambientada en un barrio de los de
toda la vida, con cuatro protagonistas tan distintos entre sí que juntos forman
el equipo perfecto.
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