Cuando Ofelia y Amoke se conocen, sus mundos parecen completamente contradictorios.
Ofelia es el caos, la apasionada por la astronomía que ha suspendido la Selectividad y que pasa su año sabático en Gales con su padre, vendiendo mermelada orgánica, y tratando de encontrar su propósito en la vida. Amoke es el orden, una solitaria y responsable estudiante de Biología que pasa todo el tiempo que no está en la universidad cuidando de su hermano y leyendo libros de Charles Darwin.
Lo único que Ofelia y Amoke tienen en común son Virginia Wonnacott (una excéntrica y ermitaña novelista de noventa años), una peculiar ONG y la sensación de no tener una vida completa. Cuando Virginia Wonnacott le ofrece trabajo a Ofelia, los mundos de estas dos chicas se juntan. Mediante discusiones, libros de segunda mano, cartas y mensajes de madrugada, Ofelia y Amoke se entrelazan en un viaje para encontrar un futuro que no sabían que existía y descubrir los sentimientos de la una hacia la otra.
En la Feria del Libro de Madrid
de este año, tuve la suerte de poder pedir a Andrea Tomé que me recomendase uno de sus libros para comprarme y
llevarme firmado. Ya había leído El
Valle Oscuro y me fascinó tanto que quería seguir conociendo sus
historias. Optó por recomendarme Desayuno en Júpiter y aunque no había
podido leerlo hasta ahora, ha terminado por convertirse de una de mis lecturas
favoritas de este 2018.
En Desayuno en Júpiter conocemos a dos chicas que son polos totalmente
opuestos.
· Por un lado tenemos a Ofelia: charlatana, caótica, impulsiva,
imaginativa y generosa. Ha suspendido selectividad, así que no le queda más
remedio que pasar un año sabático mientras decide qué quiere hacer con su vida.
A la vez que repasa sus apuntes, es voluntaria en Hiraeth, una asociación que se
encarga de dar consuelo y compañía a personas que están a punto de morir.
· En el lado contrario encontramos
a Amoke: ordenada, responsable,
sensata, educada y discreta. Es estudiante de biología y dedica gran parte de su tiempo a cuidar de su
hermano.
Aunque a primera vista no tienen
nada en común, sus caminos se cruzan cuando a Ofelia le es asignada como
paciente Virginia Wonnacott, que además es su escritora preferida. Tras un
primer encuentro fortuito, el destino quiere que ambas sean contratadas como
asistentes de la novelista: Ofelia para escribir su autobiografía y Amoke como
su secretaria. A partir de entonces, su amistad irá creciendo entre viajes en
tranvía, notas manuscritas, canciones con auriculares compartidos y mensajes de
madrugada, hasta que poco a poco los sentimientos de las dos se conviertan en
algo mucho más fuerte.
Esta trama en presente se
entrelaza con la historia del misterioso pasado de Miss Wonnacott, que ella
misma va narrando por primera vez en su vida para que Ofelia transcriba cada
una de sus palabras. Esta parte me ha recordado a una de mis novelas favoritas:
El
cuento número trece de Diane Setterfield.
A lo largo de la novela, la autora nos va dejando pistas acerca de los lazos que unen ambas tramas, tan sutiles que quizá podemos pasarlos por alto pensando que son solo detalles para adornar, pero que a medida que avanzamos van cobrando sentido de una manera casi mágica, dando como resultado un puzle en el que todas las piezas encajan perfectamente.
A lo largo de la novela, la autora nos va dejando pistas acerca de los lazos que unen ambas tramas, tan sutiles que quizá podemos pasarlos por alto pensando que son solo detalles para adornar, pero que a medida que avanzamos van cobrando sentido de una manera casi mágica, dando como resultado un puzle en el que todas las piezas encajan perfectamente.
La novela está narrada en primera
persona por las dos protagonistas, que se van alternando el turno para poder
aportar cada una su propio punto de vista. Gracias a esto, no solo somos
testigos de cómo crecen los sentimientos a su alrededor, sino que también las
conocemos mejor a ellas y a su entorno.
Todos los personajes, pero en
especial las dos protagonistas, son personas rotas, incompletas y tal vez por
eso mismo resultan tan reales, porque no aspiran a la perfección, porque cada
una tiene su personalidad, su manera de expresarse, sus miedos, sus opiniones y
sus deseos, cometen errores, se enfadan con ellas mismas y, sobre todo,
sienten.
Con Desayuno en Júpiter me he
enamorado un poquito más del modo de escribir de Andrea Tomé, de ese estilo cuidado y dulce que atrapa desde la
primera página. Andrea narra con un ritmo pausado, pero no lento; ágil, pero
sin correr, para permitirnos paladear cada frase, mientras los personajes se
nos van colando dentro casi sin darnos cuenta.
El único detalle que hubiera
mejorado la lectura habría sido que en el encabezado de todos los capítulos
pusiera el nombre de la narradora. Cuando aparecen una serie de capítulos
seguidos narrados por la misma protagonista, solo aparece el nombre en el
primero y a veces, a pesar de que las voces se diferencian bastante bien de por
sí, al retomarlo en uno de ellos, tenía que volver atrás para recordar quién estaba
hablando.
Desayuno en Júpiter es
una novela con varias tramas que se entrelazan casi sin que nos demos cuenta,
una historia de amor preciosa que va surgiendo a fuego lento y unos
personajes de esos de los que es muy difícil despedirse.
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