Muchos no lo saben, pero existen dos versiones de mí misma:Una siempre va a la última, es un crack en los estudios y arrasa en los deportes.La otra es un secreto.Mi yo secreto es el que no duerme nunca.Waverly Camdenmar se pasa las noches corriendo.Para combatir su insomnio, corre hasta que ni siquiera puede pensar, y por la mañana vuelve a la misma rutina de cada día: las clases aburridísimas, el charloteo odioso de su mejor amiga... y la pequeña pero molesta sospecha de que hay algo más en la vida que los exámenes.Marshall Holt no tiene nada que perder. Se pasa las noches bebiendo y fumando. Y aunque corre el riesgo de no graduarse, no le importa. Total, él no es nadie. Ni siquiera está cerca pertenecer al mundo de Waverly.Sin embargo, una noche, Waverly se duerme y sueña que está en la habitación de Marshall. Cuando sale el sol, nada en su vida vuelve a ser lo mismo.Ahora tendrá que decidir si vale la pena arriesgarlo todo en el mundo real por un chico que tal vez solo exista en sus sueños.
Waverly está acostumbrada a ser
perfecta: físico perfecto, notas perfectas, tiempos perfectos en las
competiciones de carrera campo a través, mejor amiga perfecta y participación
perfecta en todos los comités organizativos del instituto. Todo como resultado de
la meta que se fijó un día junto a su mejor amiga: serían las reinas del lugar,
las mejores en todo. Y parece que lo han logrado, a pesar de que, para ello,
Waverly se haya tenido que convertir en algo así como un robot, un ser
mecanizado que mide cada una de las pocas palabras que pronuncia, cada gesto
que hace y cada prenda de ropa que se pone. Waverly no siente, solo actúa de la
manera más útil para conseguir sus objetivos.
Sin embargo, una noche, toda esa
compleja red de excelencia empieza a resquebrajarse. En un intento de lidiar con
su insomnio, Waverly decide recurrir a uno de esos típicos remedios caseros que
curan todos los males. Enciende una vela aromática, se tumba en la cama y
comienza a contar hacia atrás. Lo que no espera es que cuando vuelva a abrir
los ojos se encontrará en pijama, en un lugar desconocido, junto a Marshall
Holt, un compañero de su clase de francés que pasa el día fumando y colocándose.
A partir de entonces, Waverly empezará a tener dudas sobre cuál es la verdadera
realidad.
Sígueme hasta desaparecer
ha sido una enorme y agradable sorpresa. Cuando leí la sinopsis, me esperaba
una novela sobre una chica que utilizaba el running
como terapia para superar su problema de insomnio. En cambio, me he encontrado con
un libro profundo sobre el peligro del postureo llevado al límite, sobre cómo
la sociedad nos presiona para parecer perfectos, sobre las barreras que
construimos a nuestro alrededor y que no nos permiten sentir, sobre
los límites que estamos dispuestos a saltarnos para conseguir nuestros objetivos,
sobre el miedo a no encajar... En definitiva, Brenna Yovanoff nos ha regalado una novela de esas en la que los
personajes y su evolución tienen mucha más importancia que la propia trama.
Waverly es una protagonista con
muchísima fuerza. Se nos muestra como una chica fría y calculadora, racional y prácticamente
sin sentimientos. Sin embargo, en cuanto la máscara que ha creado para
ocultarse empieza a perder opacidad, podemos comenzar a ver a una chica
sensible, frágil y asustada, que vive a la sombra de su supuesta mejor amiga y
que se ha llegado a creer tanto su disfraz que incluso ella misma piensa que
está defectuosa.
Por otro lado tenemos a Marshall,
el chico de la historia. La primera vez que nos topamos con él nos parece el
típico niñato pasota y malote, pero basta con conocerle un poco para darse
cuenta de que es un muchacho bueno y sensible, preocupado por los demás, al que
su entorno familiar ha destrozado casi hasta un límite irremediable.
Autumn ha sido mi personaje
favorito. Es una compañera de Waverly en el equipo de carrera campo a través,
que aparece de repente y que es lo mejor que le podría haber sucedido a nuestra
protagonista. Es ella, con su naturalidad y su independencia, quien comienza a
agrietar las murallas de Waverly y a disipar esa capa de niebla que le impide
ver lo que tiene ante sus ojos.
Por último, tengo que mencionar a
Maribeth, la supuesta mejor amiga de Waverly. Por desgracia, creo que siempre hay
una Maribeth en todas partes. Es una persona frívola, controladora, prepotente
y envidiosa, que quiere ser siempre el centro de atención, la mejor, la más en
todo, sin importarle qué o a quién se lleva por delante por el camino.
Aunque casi todo el peso
narrativo recae sobre Waverly, también hay capítulos cortos narrados por
Marshall. Este recurso no solo nos permite conocer mejor al chico de la
historia, sino que además nos muestra a la verdadera Waverly que hay debajo de
todas las capas de falsedad que lleva puestas en su vida diaria y ayuda a
proporcionar agilidad al ritmo de la novela.
Lo único que me ha fallado es la
ausencia de una explicación sobre cómo y por qué Waverly consigue trasladarse a
donde está Marshall por las noches. Es un detalle que queda totalmente en el
aire, no sé si voluntariamente o como despiste de la autora.
Sígueme hasta desaparecer es
una novela un tanto desoladora, que habla sobre esas personas que parecen no
encajar en ningún sitio, protagonizada por personajes con mucha fuerza y escrita
con un tono cercano y adecuado a la edad de sus protagonistas.
—Opinión de Inés Díaz Arriero—