Primera película de la artista y cineasta, este cortometraje está dividido en tres partes. Todas están relacionadas entre sí al mostrar la progresión de una devastadora enfermedad de la piel de dos niños de diez años que, sucesivamente, se revela como la progresión de un maquillaje de efectos especiales hábilmente aplicado. Las dos primeras partes muestran retratos de los niños, a los que los títulos anteriores presentan como Khalil y Shaun y la última parte es una secuencia ficticia que retoma una escena de Una mujer bajo la influencia, de John Cassavetes. Lockhart se abstiene de reproducir literalmente la escena. En su lugar, coloca y colapsa varios momentos en uno, amplificando el tema principal de la película: el intento de fingir que todo va bien. Shaun aparece con la cara horriblemente desfigurada por ampollas y heridas. Las promesas de felicidad de su madre se convierten así en algo siniestro.
El primer largometraje de Sharon Lockhart es también uno de los más fascinantes. Rodada en el gimnasio de una escuela secundaria de los suburbios de Japón, toma como tema ostensible las rutinas de los ejercicios de un equipo de baloncesto femenino. La película consta de seis tomas de diez minutos, rodadas con una cámara fija posicionada a nivel de la cancha, en las que las diversas cadencias de las voces que cantan y los movimientos corporales divagan en distintos estudios. En conjunto, construyen un retrato social sutil y de múltiples capas, enmarcado en un estudio de movimientos coreografiados y, por tanto, en el que los valores documentales pronto se vuelven inseparables de los estéticos. Y como aquí no hay partidos, escaramuzas ni entrenadores ladrando, sólo las chicas y sus rutinas, la imagen no es tanto la de una competición y un juego como la de la individualización dentro de un trabajo de grupo. Aquí la timidez, sobre todo ante la cámara, va acompañada de una curiosa sensación de bienestar social.
En el Festival de cine Márgenes me acerqué a la figura de Sharon Lockhart. No había escuchado hablar de ella, pero sentía curiosidad por su tipo de mirada al narrar historias.
En la Filmoteca pude ver Khalil, Shaun, A woman under influence y Goshogaoka.
Las tres primeras forman una sola historia o varios personajes unido por una misma narración. En Khalil y en Shaun los silencios caen como losas y son abrumadores, pero las miradas cargadas de sentimientos te cuentan mucho.
Esta directora transmite paz y los chicos tienen frente a la camara momentos que te transpasan, como cuando Khalil sonrie, pues sonries con él o cuando Shaun se toca las cicatrices y las heridas, ufff, sientes lo mismo.
En "A woman under influence" escuchamos la voz de la madre de Shaun y del propio niño. No puedo describir con palabras, la forma en la que sentí las palabras que dicen y la intencionalidad.
Nunca fue tan fácil decir, te quiero.
Este primer acercamiento a Sharon Lockhart me dejo con más preguntas que respuestas por el final de estas narraciones.
Goshogaoka, me ha parecido una locura. Su forma de filmar es hipnótica, pero tanta repitición me ha abrumado por completo, pese a que tengo que decir que, me quedé como tonta mirando a la pantalla.
Me gustó escuchar el sónido primero y luego ver las imagenes. Las protagonistas de esta película hacen sus ejercicios sin ser ajenas a la cámara, pero llega un punto en el que se sienten tan tranquilas que, las veces esbozar una timida sonrisa o mirando a la cámara sin darse cuenta o a próposito, quién sabe.
Un acercamiento a Japón, a una escuela, a la forma de practicar deporte y esa disciplina impuesta.
Los colores utilizados o la cromatica de Goshogaoka son opuestos a los vistos en Khalil, Shaun, A y woman under influence. Quizás es a próposito o no, lo desconozco.
Sharon Lockhart sabe contar historias y mantener el interesen del espectador, pero es una maga de despistarnos y desconocer hacia qué lugar nos llevarán estos protagonistas.
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