Amalia, en su juventud, quiso ser doctora. Por desgracia,
pronto descubrió que, para una joven de la España de Franco, ese destino era
más bien un sueño. Todo el mundo le decía que debía casase cuanto antes, pero,
a pesar de la pobreza, del dolor y de la pérdida, Amalia no estaba dispuesta a perder
su independencia, así como así.
A los padres de Lola les ha surgido de manera inesperada un
viaje de trabajo al que no pueden decir que no. Deben viajar a Berlín para
llevar a cabo un proyecto de investigación que les llevará dos semanas.
¿Y mientras tanto?
Lola ya está haciendo grandes planes. Se quedará sola en
casa, podrá salir con sus amigas y hasta tener su primera cita con Dani.
Pero ese tipo de planes casi nunca llegan a buen puerto. Y
los de Lola se frustran mucho antes de empezar.
Porque tiene quince años y sus padres no están dispuestos a
dejarla sola en casa tantos días.
Así que deciden llevarla a pasa dos semanas en casa de su
abuela Amalia, que vive en la isla de Canela de Ayamonte.
Lola no quiere ir. No puede estar quince días lejos de todo.
Va a perder clases, el hilo de las vidas de sus amigas y su oportunidad con el
chico que le gusta. Además es que no conoce a su abuela. En toda su vida ha debido
de verla tres veces contadas y no sabe nada de ella, salvo que es mayor y que
vive en un lugar aburridísimo donde ni siquiera tiene un ordenador con Internet.
Sin embargo, en cuanto deja de estar centrada en lo que no
tiene y empieza a prestar atención a las cosas que la rodean, la situación
comienza a cambiar de manera radical.
Cuando Lola llega a la casa de la abuela, la novela empieza
a intercalar capítulos narrados por ella en el presente y capítulos narrados
por la abuela Amalia, donde le cuenta cómo fue su vida en la infancia y la
juventud.
Gracias al tiempo que pasa con su abuela, Lola aprenderá a
disfruta de las comidas en el porche con las vecinas, de los momentos de relax
dibujando los preciosos paisajes que rodean la casa, de las nuevas recetas que
cocinarán juntas y de las conversaciones acerca de temas que nunca pensó que
pudieran interesarle. Y lo más importante: conocerá a la abuela Amalia, su
pasado, sus raíces… la historia de su vida que también es la historia de los orígenes
de Lola.
Las historias que implican abuelos o personas mayores que
narran su vida a las nuevas generaciones siempre me parecen muy interesantes y
además siento debilidad por los vínculos abuelos-nietos. Así que, en general, Canela
y sal ha sido una historia que me ha gustado mucho, aunque ha tenido alguna
cosa que no ha terminado de convencerme.
Lo primero de todo: la historia de Amalia. ¡Qué maravilla!
Dice May R. Ayamonte en una nota incluida en el libro que está basada en
las vidas de su abuela y su tía. Y quizá por eso los capítulos narrados
por Amalia suenan tan reales y están tan llenos de matices. Me ha parecido muy
interesante poder asomarme a esa época, que se ve tan diferente, a través de
los ojos de una mujer valiente, decidida, que lo tuvo casi todo en contra y aun
así consiguió salir adelante sin dejar de ser fiel a lo que
creía que era lo correcto para ella, aunque no siempre fuera lo que deseaba.
Además, Amalia es una excelente narradora y sabe cómo dejar
la historia en un punto álgido para despertar la intriga por querer seguir
descubriendo qué pasó después. Sus capítulos han sido mis favoritos sin ninguna
duda.
Unido a esto de manera irremediable, otra cosa que me ha
gustado mucho ha sido la ambientación y las descripciones que se hacen tanto de
los escenarios, como de la cultura y el modo de vida propios de la época. Sin
conocer la zona, pude imaginarme fácilmente los lugares que recorrían los
personajes y el modo en el que lo hacían.
Por otro lado, durante buena parte del libro no conseguí empatizar ni
conectar lo más mínimo con Lola, debido a sus cambios de humor y a su modo de
ser tan errático. (Debo decir que en parte sí la entiendo, porque sus padres me
parecieron aún peor que ella).
Aun así, me gustó la evolución que tiene al final del libro.
Cuando llega a Ayamonte, Lola es una niña a la que solo le interesa lo que pasa
en las redes sociales. Pero, a medida que empieza a relajarse y deja de mirar
el mundo a través de una pantalla, comienza a valorar las cosas pequeñas, a
liberarse de prejuicios, a contagiarse de la sabiduría de su abuela y a
conocerse mejor a sí misma. Cuando se marcha, es una persona más abierta, más
empática y mucho más interesante. ¡Y lo que más me gustó de todo! Es una adulta
capaz de tomar sus propias decisiones, pues, a pesar de respetar la actitud de
sus padres hacia la abuela, no está dispuesta a dejar que eso afecte al vínculo
abuela-nieta que ha creado y que hasta entonces se le había negado.
El principal problema que he tenido con esta novela ha sido respecto
a las voces de las narradoras y también del resto de los personajes en los diálogos.
Me sonaban todas iguales. Y al ser personajes tan distintos entre sí y situados
en épocas tan diferentes (una chica de quince años actual, una octogenaria y
esa misma mujer de joven durante el franquismo), me chirriaba bastante que hablasen
todos del mismo modo.
Por lo demás, Canela y sal ha sido una lectura preciosa,
llena de ternura. Además, nos habla de amor, de desarraigo cultural, del valor
de las pequeñas cosas y de cómo, si escuchamos lo que los mayores quieren
contarnos, podemos aprender mucho más de lo que creemos. Los abuelos que
cuentan batallitas son algo que no tiene precio y ver que Lola ha tenido la
oportunidad de descubrirlo, a pesar de que la sociedad actual parece poner todo
en contra, ha sido muy bonito.
Quiero destacar también la cubierta del libro, con una
ilustración de Inés Pérez que me parece preciosa.
—Opinión de Inés Díaz Arriero—
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