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Opinión de La noche de la luna roja de Ana Alcolea


Que la abuela era una bruja era algo que nos decía papá cada vez que se hablaba de ella en cualquier conversación. Yo siempre creí que lo decía en sentido figurado, o sea, metafórico, o sea, que decía la palabra «bruja» en vez de decir que era «malvada», «cruel» y cosas así, que era lo que él pensaba de la que había sido su suegra.

Probablemente nunca sospechó que la abuela fuera una bruja de las de verdad.

Yo tampoco lo sospeché hasta aquel verano en el que empezaron a ocurrir cosas extrañas.

Fue la noche de la luna roja…

 


Elisa y Quique se ven poco últimamente. Desde que sus padres se separaron, solo coinciden en la puerta de casa cuando hacen los cambios obligados por el acuerdo de custodia, en los recreos del colegio o en los acontecimientos familiares importantes.

Así que aquel verano ya apuntaba a ser excepcional. No solo porque su padre hubiera vuelto a casarse. Ni porque su madre se hubiera ido a un balneario para relajarse tras la noticia. Ni porque los hubieran enviado a los dos al pueblo a pasar las vacaciones con la abuela. No. Es que ese verano también descubrieron que la abuela era una bruja de verdad y que su vecina del final de la calle era… digamos… tan vieja como una momia.

En realidad, tampoco estaba siendo un verano tan raro. Quique no hablaba mucho y Elisa ayudaba a la abuela a hacer un bizcocho. Quizá habían pasado algunas cosillas extrañas, pero tenían que ser solo coincidencias, porque, aunque los niños estaban acostumbrados a oír a su padre decir que «la abuela es una bruja», estaban convencidos de que aquello no era más que una frase hecha. Hasta que la abuela Presentación desaparece sin dejar rastro en medio de la noche.

Y para colmo no hay línea telefónica, ni internet. Ni vecinos cerca.

Así que, tras intentar localizar a la abuela por los alrededores, preocupadísimos, los niños deciden caminar hasta la mansión del final del camino, que es la única que hay por allí. A pesar de que la abuela nunca les ha permitido entrar.

Allí conocen a Tutnefer, una mujer solitaria, triste, atrapada, que lo único que desea regresar al lugar del que vino. El problema es que para ello necesita la colaboración de la abuela Presentación, que no parece nada dispuesta a ello.

Tras contarle su historia, Elisa recibe la misión de traer a su abuela para que utilice sus poderes mágicos y ayude a Tutnefer a regresar con los suyos, pero también para rescatar a Quique, al que la mujer ha tomado como rehén.

¿Será capaz de convencer a la testaruda mujer? ¿Podrán conseguir el misterioso cuarto ingrediente que falta para completar la poción?

La ambientación acompaña muy bien a la trama, con la oscuridad de la noche, las luciérnagas como únicos faros, el silencio del pueblo y el tétrico tono escarlata de la luna de sangre.

Ana Alcolea ha creado una historia de fantasía y misterio, en la que toca temas importantes del mundo real y aporta pinceladas de algunos periodos históricos (en especial el Antiguo Egipto) para mostrar el importante papel de las mujeres en todos ellos, aunque no siempre haya sido reconocido en los libros de historia.

El libro está narrado por Elisa. Este personaje me ha gustado muchísimo porque, aunque todavía es muy joven, se atreve a cuestionar los motivos con los que su abuela justifica su «derecho» a seguir castigando a Tutnefer. Elisa se da cuenta de lo que está mal en todo ese asunto, de que su abuela se equivoca al mantener vivo el rencor hacia la otra mujer y, en cierta medida, da sus primeros pasos hacia la sororidad, al mismo tiempo que queda fascinada por los vínculos que unen a su abuela con las otras brujas. Sin renegar nunca de las etapas históricas pasadas, Elisa es reflejo de cambio, de evolución y de cómo precisamente la transmisión del conocimiento y la sabiduría a través de las distintas generaciones de mujeres ha contribuido al avance, al crecimiento y a esa evolución social.

Además de todo esto, Elisa muestra un inmenso amor hacia su hermano pequeño. Aunque no siempre se llevan bien, aunque tienen sus riñas, aunque a veces le parece un pesado o un bocazas, está dispuesta a correr riesgos a cambio de que Quique esté a salvo.

La edición del libro trae ilustraciones preciosas en blanco y negro de David Guirao, en las que podemos ver a los personajes e incluso transportarnos con ellos al pasado.

La noche de la luna roja ha sido una de esas novelas para leer con calma, disfrutando de cada página y de la atmósfera mística a la que nos traslada. Una historia de brujas, de magia, de pociones… pero también de amor, de lealtad y de fortaleza.


Opinión de Inés Díaz Arriero

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