Mistorne, 1982.
En la cabeza de Nessa Favre siempre hubo Ruido de más. Su madre le explicó desde muy pequeña que llevaba la magia en la sangre, igual que ella. Pero Nessa nunca vio nada mágico en ser capaz de escuchar las mentes de los demás sin orden ni permiso, hasta sentir que le iban a explotar las sienes.
En medio de todo el caos y todo el Ruido, Nessa ve la oportunidad perfecta para escapar cuando Roy, su mejor amigo, le habla de Haney: una ciudad que no aparece en los mapas y que promete ser un refugio clandestino. Juntos, deciden emprender un viaje para encontrar la ciudad, antes de que las sombras en el pasado de Nessa les encuentren a ellos.
Mientras leía Donde no haya niebla, he tenido un pequeño problema: todo el tiempo me daba la sensación de estar leyendo dos libros diferentes, con dos atmósferas distintas, mezclados, pero sin terminar de encajar uno con el otro.
Por un lado, me encontré con un road trip a través de la Ruta 66, en el que la meta era una ciudad utópica, donde todo el mundo es libre para ser la persona que es, sin prejuicios, sin etiquetas, y en el que la gasolina del coche en el que viajaban los protagonistas era la esperanza.
Además del viaje físico por carretera, Nessa y Roy hacen un
viaje metafórico, a través de las capas que los recubren, creciendo y dejándose,
poco a poco, conocer mejor, haciendo frente a sus secretos, a sus miedos, a sus
anhelos y a sus sentimientos.
Me ha encantado poder conocerlos a los dos de un modo tan intenso, viajar con ellos a través de esta historia, que básicamente es SU historia, la de los dos juntos, la de su amistad inquebrantable y la de cada uno de ellos de manera individual. Sin duda, Donde no haya niebla, para mí, es una novela de personajes, lo que importa aquí son ellos y Beatriz Esteban los ha creado de un modo tan bonito y creíble, que me vi atrapada por sus mismos deseos de encontrar la misteriosa ciudad.
Sin embargo, a lo largo de las páginas hay otra segunda trama de conspiraciones gubernamentales y experimentación pseudocientífica, que además está salpicada de escenas violentas propias de series como Stranger Things, que me rechinaban muchísimo y me sacaban completamente de ese aura tan emocional que posee el resto de la historia.
La novela está ambientada en los Estados Unidos de principios de los años 80 y la autora ha introducido, con mucho tacto, pero sin dejar de explicar las cosas como eran, la desgarradora realidad de esa época acerca del VIH.
Además, también se trata de manera breve, pero necesaria, el tema del duelo.
Al ponerme a hacer la reseña, me he dado cuenta de que esta novela es el spin-off de Aunque llueva fuego, que no he leído. Así que quizás es que me falta una pieza para que el puzle encaje...
Pero, en resumen, aunque una parte de la trama no me haya convencido, la primera toma de contacto con la pluma de Beatriz Esteban ha sido positiva. Me ha gustado el estilo delicado e intimista con el que me ha acercado a los protagonistas y cómo ha introducido la realidad de la época en esta historia.
PD. La cubierta del libro es una fantasía.
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