Obra maestra de Benjamin Britten que se presentará por primera vez en Madrid con una nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Opéra national de Paris y la Ópera Nacional de Finlandia. La dirección musical será de Ivor Bolton ─reconocido experto en la música del compositor inglés─, y la puesta en escena de Deborah Warner, gran dama de la dirección teatral británica, muy admirada en España por sus montajes teatrales ─Happy Days de Samuel Beckett, The Waste Land de T. S. Eliot, Julio César de William Shakespeare, etc.─, con una amplia aclamada carrera en el mundo lírico internacional.
Deborah Warner afrontará su cuarto título de Britten con la colaboración del reputado escenógrafo canadiense Michael Levine ─conocido del público del Real por sus decorados para Diálogo de carmelitas (con Robert Carsen) y Rigoletto (con Monique Wagemakers)─, quien ha creado una producción de gran simbolismo y enorme complejidad técnica, transformando el tumultuoso barco de Billy Budd en una inmensa cárcel flotante, que refuerza la universalidad de la obra. Completan el equipo artístico la prestigiosa y muy premiada figurinista Chloe Obolensky, que debuta en el Teatro Real, y el veterano iluminador Jean Kalman, ambos colaboradores habituales de Deborah Warner.
La ópera, con un elenco exclusivamente masculino ─5 tenores, 8 barítonos, 1 bajo-barítono y 3 bajos─ estará encabezada por el barítonoJacques Imbrailo, el tenor Toby Spence y el bajo Brindley Sherratt, a los que secundarán los restantes solistas, mayoritariamente anglosajones.
Las magníficas partes corales serán interpretadas por las voces masculinas del Coro Titular del Teatro Real ─con el rigor que caracteriza el trabajo de su director, Andrés Máspero─, y por niños de los Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid preparados por su directoraAna González.
La Orquesta Titular del Teatro Real interpretará Billy Budd por primera vez, después de sus aplaudidas lecturas de otras óperas de Britten ─como Otra vuelta de tuerca, El sueño de una noche de verano, La violación de Lucrecia o Muerte en Venecia─, en esta ocasión bajo la batuta deldirector musical del Teatro Real, Ivor Bolton.
Entre las actividades paralelas programadas en torno a Billy Budd destaca el curso Los misterios de ‘Billy Budd’. De Melville a Britten y de Britten a Melville, impartido por Luis Gago (17 y 19 de enero, de 19.00 a 21.00 horas, en la Sala Gayarre) y una nueva edición de Enfoques (24 de enero a las 20.15 horas) con Ivor Bolton y Deborah Warner. Completan la programación el recital de Felicity Palmer (10 de febrero) y un concierto de los Domingos de Cámara dedicado a Bach y Britten (12 de febrero).
LA ÓPERA
Cuando Benjamin Britten (1913-1976) se dispuso a componer una nueva ópera encargada por la Royal Opera House para su Festival of Britainde 1951, encontró en el inquietante relato póstumo e inconcluso Billy Budd, Foretopman, de Herman Melville (1819-1891) ─el célebre autor deMoby Dick─, los temas que le fascinaban: el mar ─presente en toda su biografía─ y el mundo de los marinos, los dilemas éticos y morales, el inefable poder de la belleza juvenil, la arrebatadora y reprimida atracción homosexual; y también las dicotomías recurrentes a lo largo de toda su obra: la confrontación entre el bien y el mal, la justicia y la ley, la transgresión y el orden, la culpa y la expiación.
Para la realización del libreto ─uno de los más perfectos de toda la literatura operística─, Britten contó con la vena literaria del escritor Edward Morgan Forster (1879-1970) –cuyas novelas Una habitación con vistas, Howard’s End, Pasaje a la India, o Maurice lograron famosas versiones cinematográficas–, y la sabiduría y sensibilidad dramatúrgicas del director teatral Eric Crozier (1914-1994), ambos amigos y fieles colaboradores del compositor.
El enigmático cuento de Melville ─cuya riqueza originó distintas versiones editoriales, un sinfín de interpretaciones hermenéuticas y hasta la famosa adaptación cinematográfica de Peter Ustinov, de 1962, titulada en España La fragata infernal─, transcurre en un navío de guerra británico, el Indomable, en 1797, durante el conflicto bélico con la Francia revolucionaria. En él embarca Billy Budd, un atractivo y cándido marinero, cuya frescura y belleza son un revulsivo para la tripulación oprimida, desestabilizando igualmente a los mandos superiores ─el respetado capitán Vere y el pérfido maestro de armas John Claggart─, desconcertados con los sentimientos contradictorios que les provoca la irrupción del bondadoso efebo en su sórdido mundo. La compleja trama entre estos tres personajes, y sus relaciones con el resto de la tripulación desencadena el fatal destino de Billy Budd, víctima de una perversa maquinación, en un microcosmos infectado por la injusticia, la humillación, la revuelta y el odio.
Britten da voz a los integrantes de este buque infernal con una admirable escritura vocal y una magistral orquestación. Utiliza la gran orquesta como si fuera una agrupación de música de cámara, buscando el color sonoro más apropiado para cada momento dramatúrgico, en detrimento de la utilización de la masa orquestal, que incluye arpa, clarinetes bajos, contrafagot, saxofón, un nutrido grupo de metales y muchos y variados instrumentos de percusión (seis intérpretes). Una vez más el compositor recurre a los interludios orquestales, como en su ópera Peter Grimes, que adquieren especial transcendencia cuando la música llega donde no alcanzan las palabras.
LA NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL
Respetando precisamente los espacios más velados e inescrutables del cuento de Melville, tratados con pudor y rigor por Benjamin Britten y los libretistas de la ópera, Deborah Warner concibe la puesta en escena sin juzgar a los personajes y rehuyendo la separación más simplista entre buenos y malos.
La fragata de guerra de Billy Budd es una terrible metáfora de tantos espacios donde la opresión y tiranía siembran los instintos más viles e irreprimibles, capaces de aflorar en cualquier momento. Este sentimiento de inestabilidad y tensión latente preside la concepción de la escenografía de Michael Levine, una inmensa jaula de cuerdas marinas, donde las escenas se suceden en balanceantes plataformas suspendidas, que sugieren el permanente peligro que se esconde en el seno del universo claustrofóbico de la armada británica, cuando los vientos revolucionarios de Francia alentaban a los marinos oprimidos al motín. En las fisuras de ese terrible microcosmos emergen sentimientos y pulsiones desconocidos.
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