Josefina es un puchero alicantino a fuego lento, es más maja que la mar salá y está loca de atar y de remate hablando sola con una voz que le persigue, su Miguel. Una oportunidad de conocer a uno de esos personajes que nunca fueron protagonistas y guardan sus recuerdos en cajitas de galletas. Basada en la historia real entre Josefina Manresa y Miguel Hernández.
Josefina empieza de una manera hipnótica y preciosa. Natalia Zamora parece flotar sobre el escenario y desconocemos si es un fantasma, una aparición o un eco del pasado.
Creo que era una metáfora, o un tirón de orejas, a esas personas que olvidaron a Josefina Manresa o se quisieron apropiar de la voz de su marido y de su propia voz. Ella pasó de puntillas por la historia y parece ser que solo se la conoce por ser mujer de Miguel Hernández, pero fue alguien valiente y tenaz.
Salí de la obra y busqué entrevistas con Josefina, y me encontré con una que me ha encantado, en la que pude vislumbrar el gran trabajo interpretativo de Natalia para no perderse, encontrando y dando voz a la de esta gran mujer.
La producción se cocina a fuego lento, permitiendo que los detalles de la época en la que vivieron Miguel y Josefina se asimilen poco a poco, sumergiendo al espectador en sus vidas.
El escenario tiene pocos elementos, pero estos cobran vida en ciertos instantes, como si se levantasen de un largo letargo. Un tintineo sutil y evocador emana de las tres puertas con abalorios en momentos precisos, y el sonido que se escucha es como una llamada al más allá, a levantar al poeta o su mujer, abriendo un camino que nos lleve hacia ellos.
Las dos higueras que penden sobre la cabeza de Natalia, de las que, como espectadora, no apartaba la mirada, pues sabía lo importantes que habían sido en la creación artística y poética de Miguel Hernández, me evocaron la fuerte conexión del poeta con lo rural. Y, un guiño a Josefina Manresa y al lugar en el que está enterrada (junto a su marido) o, el retorno junto al amor de su vida.
Natalia Zamora se abre en canal en varios momentos de la obra, dejándonos escuchar sus propios pensamientos, miedos y lo que para ella supone interpretar a Josefina. Cuando no la oímos hablar en voz alta, somos testigos de varias palabras que se escriben en silencio y a través de las manos y gestos de Natalia. En este baile frenético nos damos cuenta de que la vida es una rueca que gira y gira, solo que Josefina utilizaba sus manos para intentar hilar una vida deshecha y llena de rotos.
Oriol Pàmies utiliza un lenguaje vivo y poético sobre el escenario, también uniendo pasado y presente no solo con las palabras, también con la música elegida o la manera en la que vamos viendo a Josefina, a lo largo de la historia.
Para las personas que desconozcan la figura de Josefina Manresa, la obra representa una gran oportunidad, pues la curiosidad les llevará a querer saber más sobre ella. Aunque entiendo que la obra trataba sobre Josefina, eché en falta a Vicente Aleixandre, dado su crucial apoyo para ella y en la conservación del legado de Miguel, ya que realizó gestiones con editoriales para asegurar que la obra de Miguel Hernández fuera publicada y reconocida, buscando también que los beneficios de estas publicaciones pudieran ayudar económicamente a Josefina y a su hijo.
Pero, al caer el telón, la figura de Josefina se ilumina en la memoria y su voz se alza para ocupar su propio espacio. Queda una historia tejida con hilos valientes, a pesar de los propios rotos de su vida. Una mujer que paso silenciosamente y a la que ojalá, se la hubiesen escuchado mucho más.
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