Lesya tiene 17 años y la vida en pausa.Vive en una residencia universitaria, pero no estudia. Tampoco come mucho. Ha dejado de nadar. Su casa ya no existe. Sus padres y sus amigos están lejos. Pero tiene un móvil. Y un perfil en redes sociales donde busca, escribe, publica.
Honra a los que ya no están.
Tal vez ella mañana ya no esté. O dejó de estar hace tiempo. Tal vez vuelva a estar… ¿Quién sabe?
Hoy honramos a los vivos de Marina Aguirre ha sido la novela ganadora del Premio Gran
Angular de literatura juvenil 2025.
No conocía a la autora. Pero después de lo
que nos contó en la rueda de prensa de presentación de los premios, me quedé
con muchas ganas de leerla. Y, desde luego, ha resultado un gran
descubrimiento.
El libro abre con un texto escrito en tinta
roja. Un obituario. El de Lesya. Con espacios en blanco para que alguien
rellene cuando llegue el momento. Porque ella está convencida de que llegará el
día menos pensado. Muy pronto.
Y es que Lesya, la protagonista y narradora
de esta historia, no ve personas, ve necrológicas. Cuando mira a alguien, su
cerebro empieza a seleccionar datos, a elegir palabras… las palabras que escribirá
y publicará en su perfil de Instagram cuando esa persona ya no esté.
Aunque tampoco es que mire a demasiadas personas.
Ni se preocupe por alimentarse. Ni pase tiempo nadando, como antes. La mayor
parte del día y la noche, su vista está fija en la pantalla del móvil. Leyendo
las historias que le mandan para ocupar un lugar en #hoyhonramosanuestrosmuertos,
el perfil anónimo que se creo para recordar a las víctimas de la guerra que
asola su país, su pequeña ciudad.
Lesya simplemente está ahí. Está. Esperando
el próximo bombardeo. Esperando que en cualquier momento le toque a ella no
estar. Nada más.
Hasta que un día recibe un mensaje un poco
diferente en Instagram y conoce a Ilya. Junto a él, empezará a darse cuenta de
que, a lo mejor, su existencia no puede considerarse vida, y a plantearse que
quizá ha llegado el momento de tomar alguna decisión.
Hoy honramos a los vivos es una novela juvenil cortita, pero sus poco más de cien páginas están
llenas de significado, de mensajes y de los sentimientos de unos personajes que
pasan de solo existir a empezar, poquito a poco, a vivir.
Lesya, la protagonista, tiene diecisiete
años, pero hace mucho que dejó de ser una adolescente. Vive en una residencia
de estudiantes, donde apenas se relaciona con una de sus compañeras. Ha dejado
de cuidarse a sí misma, de dedicar tiempo a sus aficiones, no estudia, no trabaja,
no come casi… No vive. Su familia abandonó el país hace tiempo. Sus amigos,
también. Y aunque cada mes recibe un billete de avión de parte de su padre, ella
no va a marcharse.
Su única ventana al mundo es la pantalla de
su móvil. Pasa mucho tiempo leyendo y escribiendo obituarios para su perfil de
Instagram. Cree que su labor es muy importante. Rendir homenaje. Recordar a
esas personas que ya no están.
Aunque también pasa mucho tiempo
simplemente deslizando por las redes sociales. Consumiendo contenido sin prestarle
atención. La pantalla del móvil es su salida de emergencia para huir de lo que
le rodea pero, sobre todo, para huir de su propio cerebro. Me ha parecido muy
interesante este modo de abordar la adicción al móvil. En este caso, no se
demoniza el móvil per se, sino que se ahonda en la causa, en los motivos que
llevan a la protagonista a abusar de su uso, a depender de él. Creo que es un
enfoque bastante diferente al habitual y que aporta mucho más valor que solo
explicar por qué esta práctica es perjudicial.
Otra cosa que me ha gustado muchísimo ha
sido que, aunque sí que se menciona el nombre de la ciudad en la que viven los protagonistas
y resulta sencillo imaginar en qué conflicto concreto podría estar ambientada la
novela, como no se indica de manera explícita y la ciudad en sí es ficticia, la historia se convierte en algo
atemporal y universal. Tanto como lo son los temas que aborda.
Porque al final la guerra queda como telón de
fondo. Podría estar ambientada en otro lugar, en otro momento, en otra
situación y seguir contándonos la misma historia.
Lo que de verdad importa en Hoy
honramos a los vivos son los personajes, en especial la protagonista y
el miedo que tiene a tomar las riendas de su propia vida y a afrontar las
consecuencias que sus decisiones puedan traer.
Lesya está anclada en el «mejor malo
conocido que bueno por conocer». Lo lleva al extremo. Prefiere conformarse y compadecerse
por la situación tan terrible que le ha tocado. Es más fácil así. Y no es hasta
que empieza a abrir un poco los ojos hacia esas personas que SÍ ESTÁN a su
alrededor, cuando comienza, muy poquito a poco, a levantar el ancla. A lo largo
de las páginas la vemos hacer un viaje interior de autoconocimiento, pelearse
consigo misma, explicarse sus motivos, recriminarse sus defectos y concederse una
posibilidad de redención.
El resto de los personajes que la acompañan
están igualmente muy bien construidos y cada uno de ellos, en su nivel de
importancia para la trama, cargan con sus propias historias y realizan un viaje
parecido al que hace Lesya.
Como digo, nunca había leído a Marina Aguirre, pero su estilo narrativo me ha gustado mucho. Es sencillo y poético al mismo tiempo, por lo que crea un equilibro perfecto entre belleza y agilidad narrativa.
En resumen, Hoy honramos a los vivos de Marina Aguirre es una novela sencilla, bella y cruda, que nos muestra el viaje de autoconocimiento que realiza la protagonista mientras gana valor para tomar las riendas de su vida y aprende la importancia de expresar de manera explícita lo que siente por las personas valiosas que tiene en su vida.
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