Lola Herrera y
Juanjo Artero protagonizan “La velocidad del otoño”, obra
dirigida por Magüi Mira, producida por Jesús Cimarro y escrita por
Eric Coble. Una historia conmovedora que defiende el valor de
envejecer mientras retrata la belleza de la madurez y la sabiduría
de una mujer con una larga vida vivida que se acerca al final de sus
días. Toca el tema de la tristeza que supone perder las condiciones
físicas y mentales con la edad, siendo también un alegato sobre la
necesidad de independencia de los ancianos y el derecho a disfrutar
de la soledad deseada.
Se trata de una
obra de teatro en donde a través de unos diálogos profundos surge
el aprendizaje mutuo por parte de los dos protagonistas. Una anciana
y un hombre maduro dibujan un camino común lleno de sorpresas, que
les sirve para encontrase consigo mismos, mientras por momentos se
ríen de la condición del ser humano cuestionando su propia
naturaleza. La alternancia de ambos personajes es el rasgo
predominante de la función. Las conversaciones que tienen madre e
hijo, sobre la vida de ambos, tanto por separado como en conjunto,
son a veces trágicas, y otras cómicas, pero siempre ofrecen un
análisis de la situación en la que los dos se encuentran, y en
donde juntos redescubren los viejos vínculos de unión que siempre
tuvieron mientras descubren otras semejanzas que les ayudan a
restablecer su complicidad.
Las elaboradas
interpretaciones dotan a la función de un significativo resultado.
Lola Herrera mantiene su incontestable brillo interpretativo con un
gran dominio escénico. Construye con firmeza y con encanto el
personaje de Alejandra, una mujer tan inteligente como valiente. Por
otro lado, Juanjo Artero encarna a un Cristóbal radiante de
entusiasmo y sensibilidad. A ambos se les nota muy cómodos en
escena. Se complementan y encajan bien creando unos personajes que
ante una difícil situación se respetan y se apoyan ofreciendo un
agradable tono de esperanza. La buena calidad del texto completa una
dirección sencilla no carente de dificultad. La escenografía,
cuenta con un único pero bien cuidado decorado, en un íntimo
espacio escénico donde se recogen las palabras cargadas de
sentimientos sobre la vida y la muerte de sus habitantes.
“La velocidad
del otoño” es una obra que reflexiona sobre asuntos como
enfrentarse a la vejez cuando tal vez todavía no se está preparado
para ello, los valores, la toma de decisiones o la lucha que supone
mantener la identidad hasta el final. La intensidad escénica que se
recrea permanece durante toda la función, y aunque la situación del
comienzo pudiera resultar poco creíble, durante el transcurso de la
acción la actitud de ambos personajes evoluciona hacia una
verosimilitud que, poco a poco se afianza como si fuera un puzle al
que se le van añadiendo piezas, y en donde el espectador experimenta
una identificación con los personajes basada en la consciencia vital
de su propia realidad. El paso del tiempo y la llegada de la muerte
no tienen solución, pero quizás ahí también haya belleza.
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