Detonarse, estallar y después morir. Escribir y después morir. Precoz fue animada por los viñedos de noche, cuando nadie se atrevería a cruzarlos sin una pistola. Precoz fue impulsada por esas corrientes salvajes de agua que se llevan cuerpos y objetos para siempre. Eso es la maternidad en Precoz. ¿Por qué el hijo debe crecer? ¿Por qué el hijo debe partir en scooter y hacerse punk o sátiro o drogadicto? ¿Por qué una zorra debe llevarse al hijo de mamá? ¿Por qué debe la madre envejecer antes que el hijo? ¿Quién dijo que eso es Ley? Precoz es esa visión de muerte en la cocina, de muerte entre las piernas. Y también ese fulminante amor.
Precoz, como La débil mental, enfrenta una tormentosa y ambigua relación filial; una obra de apenas un centenar de páginas que despliega ante el lector la exuberancia y la avasalladora fuerza de los más grandes. Muchos han visto en Harwicz a la Virginia Woolf argentina, otros se han empeñado en ver ecos que recuerdan al mejor Joyce, otros, vestigios faulknerianos; sea como fuere, de lo que no hay duda es de que esta autora argentina, más allá de toda comparación, siempre odiosa, está llamada a renovar la literatura en lengua castellana.
Una madre, un hijo: ambos desheredados, nuevos pobres europeos. Una relación filial vivida al filo, al filo del amor, al filo de la obsesión y al filo de perderlo todo, el mundo, cuando este es el otro. Una torsión brutal de los roles más tradicionales que cuestiona el significado mismo de la maternidad, los deberes sociales conferidos a las mujeres y en concreto ese deber que tiene que ver con ser madre. Estas distorsiones hallan su reflejo en un estilo descarnado, despojado de todo ornamento, convulso como la vida misma, donde todo sucede sin razón aparente, solo sucede, sin más.
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