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1. AMANTE POR SORPRESA
Que el plató de Entra y revela tu rollo empezara a iluminarse, puso a Marisa de los nervios. No era para menos, una no sale todos los días en la tele en el programa de más audiencia dentro de la franja nocturna. Las personas de su entorno ni siquiera lo habrían soñado, mientras que, para ella, era la segunda ocasión, y aún daría que hablar en el barrio.
Se atusó el cabello. ¿Habría sido realmente una buena idea cambiarse el color? La primera vez que salió en antena iba de morena, ahora rojo violín. ¿Demasiado atrevido? No le interesaba dar una imagen superficial, Marisa no era muy inteligente, pero eso lo entendía. A ver, en su primera intervención actuaba como denunciante, llevaba la sartén por el mango, el rábano por las hojas. Y a José Rafael, que no se lo esperaba, se le quedó una cara de acelga pocha que la hizo reír durante días con sólo recordarlo. Ahora, Dios sabe por qué oscura razón, él había requerido del programa la concesión de la revancha, y contra todo pronóstico, se la habían consentido. Marisa, histérica, se retorció las manos, imaginando qué horrores se traería entre manos su ex pareja.
—Puede que haya sido una equivocación aceptar —le dijo al espejo—, a lo mejor no debí haber venido.
El monitor instalado en la salita de espera centró la cara alegre de la rubia presentadora, la que se encargaba de sacarles los higadillos a los invitados y de impartir marcha al asunto. Hizo unas breves presentaciones aprendidas de corrido y añadió un resumen de la pasada intervención de Marisa en el programa. La interesada se mantuvo petrificada delante de la pantalla sin poder moverse, hasta que el careto de José Rafael ocupó cuarto y mitad de cámara.
—Burro desgraciado —farfulló aprovechando que estaba sola y nadie podía tacharla de maleducada.
—Queremos hacer hincapié en que es una situación muy irregular que no suele darse, pero José Rafael se comunicó con nuestra redacción suplicando que le concediéramos la oportunidad de explicarse y… —se volvió teatralmente hacia el invitado que sonreía bobalicón, con las manos ocultas entre las rodillas— se lo hemos concedido. Buenas noches, José Rafael.
—Buenas noches —respondió él con un hilillo de voz.
—Capullo —saludó Marisa desde la salita.
—Estás aquí de nuevo, porque, cuando tu ex pareja, Marisa, te denunció, saliste corriendo de plató sin decir palabra.
El simple de José Rafael se puso como una remolacha; su calva sudorosa relucía cual bombilla.
—Seguramente, no te lo esperabas y te asustaste —la periodista le dio un empujoncito.
—Bueno, yo, estoooo… sí, no puedo con las sorpresas —sonrió forzado. Luego, pareció recordar algo importante y añadió apresurado—. Ni con las mentiras.
—¿Insinúas que Marisa miente?
José Rafael cabeceó en señal de asentimiento.
—Tendremos oportunidad de comprobarlo a lo largo de la noche, señoras y señores. Fue la dramática huida de nuestro invitado, su mal rato, el que nos llevó a compadecernos y a romper las reglas habituales. Nos llamó, avergonzado por su comportamiento, y hoy nos acompaña para defenderse, recuperado del susto.
Marisa suspiró sacudiendo las manos para ver si se tranquilizaba. Se acercaba el momento de enfrentarse al toro, a los cuernos del toro, a la madre que pario al ganadero que crio al toro…
—Oiremos las dos versiones de la historia, cara a cara. Llamamos a plató a… ¡Marisa!
La mujer se persignó. Echó un último vistazo a la luna del espejo, a su cara redonda de cuarenta y cinco años mal llevados, a su ralo pelo corto y a su camisola de flores. Frotó un labio contra otro para extenderse bien el rouge, aunque sólo consiguió emborronarlo y se dijo “allá voy”.
Las luces del plató la cegaron y, por un momento, albergó la ilusión de que una grúa se hubiera desprendido, matando en el acto al asno de José Rafael, pero no. Allí estaba el calvo dando por saco, mirándola con sus ojillos bulbosos con ojeras. Le producía una extraña mezcla de sentimientos: unos malos, otros medio buenos, pero todos igualmente intensos.
Tomó asiento a su lado, sin mirarlo siquiera. La presentadora sonrió de oreja a oreja.
—Bienvenida una noche más, Marisa. Tú viniste a Entre y revele su rollo reclamando una explicación por parte de tu novio.
—Ex novio —se apresuró a aclarar él con voz timorata.
—Sí, por supuesto —corrigió la presentadora agitando las cartulinas con las chuletas. —Afirmabas que después de dos meses y medio de relación…
—Casi tres —especificó Marisa para no ser menos.
La presentadora los miró atravesada.
—Bien, después de casi tres meses, José Rafael había desaparecido de la noche a la mañana sin dar la menor excusa; ni una llamada, ni una nota, y tú querías saber por qué.
—En efecto. Creo que estoy en mi derecho.
—Por qué, te abandonó —retorció el dedo dentro de la llaga.
—En efecto.
—Pero José Rafael no estaba preparado para tal interrogatorio, y como lo trajimos engañado, salió por patas —la rubia del micrófono se dejó ir, montada en una estrepitosa carcajada. Aparte de ella, nadie más se rio—. Esta noche él ha vuelto para explicarse.
—No fueron dos meses de relación —advirtió el calvo.
—Fueron tres —apuntó Marisa, afilada.
—Fueron veinte días- insistió él. Entraban ganas de creerlo al pobre, con aquella cara de desgraciado.
—Ni de coña —arremetió la mujer.
—Y, además, le aclaré que no éramos pareja, que nunca lo habíamos sido y que seguiríamos siendo amigos si ella quería. Es todo cuanto podía darle —agregó José Rafael envalentonándose medio gramo. Marisa le clavó una mirada de asesino a sueldo.
—¡Qué desfachatez!
—A ver, un inciso —interrumpió la presentadora ávida de protagonismo—. José Rafael acaba de decirnos que nunca fueron novios.
—Eso mismo —corroboró él.
Marisa se retorció indignada en la silla.
—Y una mierda. Tres meses, señorita. Tres meses acostándonos a diario, ¿le parece poco?
—Marisa ese lenguaje… —se sublevó la presentadora manteniendo una compostura de encantadora.
A la invitada le importó poco su sonrisita a lo Shirley Temple.
—Estamos en el turno de noche, aquí admiten palabrotas —se defendió.
—No te prometí nada- le recordó José Rafael dolorosamente sincero. Pero la destinataria de su comentario seguía hablando con la presentadora.
—¿Dónde está la justicia si unos pueden desahogarse y otros no? Sin ir más lejos, mira a Coto Matamoros, que pone a todo Dios a caer de un burro y nadie lo calla —se empecinó Marisa, dale que te pego.
—Bueno, bueno… —intercedió la rubia una vez más.
—Si es que me muero por decirle a este… —Marisa iba tomando el aspecto de una olla exprés pasadita de rosca. La moderadora comprobó con espanto que varias señoras del público bostezaban.
—Dile, dile, no te prives —la animó—, estamos aquí para eso.
—¿Puedo? —quiso asegurarse Marisa. La rubia cabeceó—. Vale pues… ¡Picha corta!
José Rafael respingó en su asiento de polipiel.
—Mentira. Sabes perfectamente que doy los quince centímetros reglamentarios de todo español que se precie.
—¡Ja! —Marisa lo señaló con el dedo—. Acabas de confesar que te acostabas conmigo.
—Claro, durante veinte días.
—¡Y un carajo! —miró un segundo a la rubia— ¿Se puede decir un carajo?
Pero no se quedó a escuchar su respuesta. La batalla campal entre los invitados iba convirtiéndose en un partido de ping-pong peligrosamente privado, del que la presentadora había sido escupida de una patada. Si la audiencia se aburría, estaban perdidos. Y ella al borde del despido. Un regidor hacía aspavientos por encima de la cámara que la enfocaba, indicando que se comían el tiempo reglamentario. Ana, la periodista ambiciosa, lo ignoró.
—Lo más intrigante es que afirmas traer pruebas contundentes, fotografías, que dejan claro que no mientes y tu ex sí.
El pelado ex novio o lo que fuera asintió con orgullo. Marisa palideció ligeramente.
—Lo que ocurre es que le envié un mensaje telefónico que decía: “compra la revista JELOU, la que tiene a la Velasco en portada. Dentro, salgo con Rita Postín”. Y se cogió un ataque de cuernos de ven aquí y no te menees. De ahí que viniese con el cuento del abandono.
—¡Que te crees tú eso! —explosionó Marisa roja como la grana—. Ni llegué a comprar la puta revista.
La rubia puso los ojos en blanco.
—Tengo un mensaje tuyo en el móvil donde aseguras que viste las fotos —José Rafael parecería un pringado, pero las cargaba con munición pesada.
—Eso es porque de casualidad cayó en mis manos, pero no la compré, me la encontré en la peluquería…
—A ver, chicos, chicos… —trató de meter baza la desesperada moderadora.
—Me niego a gastarme un duro en esa basura —Marisa finiquitó ofendida, dándole la espalda a José Rafael.
—Señoras y señores, José Rafael acaba de darnos en primicia una exclusiva de fábula —la voz de la presentadora, ampliada por efecto del técnico de sonido, se coló entre ellos como una brecha definitiva.
A continuación, se orquestó un silencio brutal, espeso, apoteósico. Todo el público contuvo la respiración.
—¿Rita Postín? ¿Te refieres a la actriz Rita Postín?
—La misma. Riri para los amigos —confirmó el calvo, no sin orgullo. Marisa chasqueó la lengua con desprecio.
—¿Nos corroboras que mantienes con ella una amistad especial? —silabeó Ana dándole emoción a la cosa.
—Yo no diría tanto, pero…
—¡Anda hombre! Menudo rollo se trae con la Rita esa —Marisa alzó las cejas—. A ver, ¿estás con ella o no estás con ella?
—Eso, José Rafael —la presentadora se le tumbó literalmente encima— ¿Sales con Rita Postín?
—Como veis, he demostrado que esta mujer, codiciosa y loca por mí, miente —se desvió el protagonista. La rubia pestañeó pillada por sorpresa—. Quiere volver a toda costa y yo me niego.
—Pero no nos has aclarado tu relación con Rita Postín ¿Vais en serio? —se apalancó junto a su silla dispuesta a no cortar hasta que le arrancase una confesión. El regidor ya bramaba que estaban fuera de tiempo, pero la rubia volvió a pasar. Rita Postín nada menos, siglos hacía que no saltaba a la palestra ningún chisme sobre la vieja gloria. Ni muerta perdería la oportunidad de cambiar eso.
—¿Qué coño tienen que ver las fotos con el carcamal ese y que me abandonaras sin explicaciones después de tres meses? —gimió Marisa al borde del llanto.
—José Rafael, tienes a España pendiente de tu respuesta —presionó la periodista. El calvo dudó.
—Veinte días. Fueron veinte días. Ni uno más…
—¡Corten! Me cago en la puta de oro, Anita, que llevamos comidos siete minutos de publicidad, me van a cortar los huevos —todo eso lo dijo en un aullido estentóreo, un señor con bigote y cascos, aparentemente muy cabreado.
La periodista se retorció como una cobra real herida de muerte al ver que la intensidad de los focos se mitigaba y anduvo tres pasos amenazadores hacia el regidor inoportuno.
—Pero…pero…pero… ¿eres gilipollas, Pep? —con ese nombre, ya se sabe— ¡Me la has jodido! ¡Me has jodido una noticia que era la bomba!
Pep se hizo el desentendido, dando órdenes a diestro y siniestro. La que menos le preocupaba era la rubia histérica. Había que desmantelar el decorado, pero ya, que entraban los siguientes metiendo bulla.
—¿Rita Postín, una bomba? Está acabada desde hace mucho, guapa, y el reloj manda.
—Serás imbécil…
La rubia resopló y tiró la alcachofa del micrófono contra el público que se arremolinó para disputársela confundiéndola con un presente. Marisa y José Rafael se quedaron solos, clavados en sus sillas como dos pasmarotes. El de los cascos los miró con una interesante mezcla entre pena y asco.
—Señores, ahuecando el ala, que esto se ha terminado por hoy. Pueden recoger los bocadillos a la salida. Tienen suerte, hoy son de lomo y van con cerveza.
La mujer que graznaba sosteniendo el teléfono como si fuera una patata caliente parecía desde lejos un repollo teñido de rosa. Podría haber sido cualquier otra cosa, pero eso es lo que parecía. Un chándal de terciopelo rosa chicle marcaba sus formas rotundas y las destacaba sin compasión. Rita estaba a un tris de estrangular el aparato de charlar.
—No me vengas con que no hay nada que hacer, que para eso te pago. Hay que demandarlo, pero ahora mismo, para mañana es tarde.
—Rita no es tan sencillo… —la voz trató de apaciguarla, pero era como sofocar un incendio con una manta de croché.
—Tiene que serlo —se exasperó propinándole una ansiosa calada al pitillo—. Se redacta una demanda por difamación, se firma y se presenta, no estoy pidiendo la luna.
Conforme hablaba, sacudía la cabeza y los enormes rulos que envolvían su melena rubio platino se bamboleaban con peligro. La pequeña y ofuscada mujer con bata blanca, que trataba en vano de sujetarlos, tenía pinta de peluquera venida a menos.
—Los juzgados están desbordados, suelen ser muy selectivos a la hora de aceptar asuntos a trámite. Estas cosas, cuando no vienen muy documentadas, las rechazan; al final todo el mundo se entera de que te la han inadmitido y suele ser peor el remedio que la enfermedad.
—¿Quién te ha soltado toda esa sarta de chorradas?
—Nuestro abogado.
—Pues es un imbécil, puedes decírselo de mi parte. Llama a otro, consulta a otro- la peluquera se aproximó con el peine persiguiendo un rulo y Rita la ahuyentó a manotazos.
—Mira, Rita, ese no es realmente mi trabajo…
—Eres mi representante, en alguna parte he leído que los representantes se ocupan de los asuntos legales de sus actores. Debe haber sido en nuestro contrato.
—Lo dudo mucho, me lo sé al dedillo.
—Pues habrá sido en una revista, me da igual. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Si la mierda llega al ventilador, y está a punto de llegar, te salpicará a ti también, sin remedio. ¿Viste la cara de panoli de ese tal José Carlos?
—José Rafael —recitó la otra, cargada de paciencia infinita.
—Peor me lo pones. Espera, lo tengo grabado —hizo una seña congestionada a la peluquera para que accionase el mando. Enseguida la cara rechoncha de José Rafael se apropió de la pantalla. Rita contuvo las arcadas —¿Podría alguien en sus sanos cabales pensar que yo tuve una aventura con ese… tipejo? —la repugnancia se le desbordó, resbalando por la comisura como la baba.
—Pues por eso mismo, la lógica manda, Rita —la tranquilizó la amargada voz—. Vamos a ver si entiendes que a estas cosas, en lugar de armar un Cristo, se les da la vuelta y te acaban beneficiando.
Cualquiera hubiese dicho que a Rita le habían nombrado a la madre. Una fiera corrupia a su lado era un gatito doméstico.
—Pero, ¿lo viste? ¿Tú lo viste? Ese calvo asqueroso afirmando que teníamos algo…
—Insinuando, Rita, nada de afirmar.
—No me corrijas cuando sé que estoy en lo cierto —se lió a tirones con el chándal allí donde más le ceñía. La ceniza del cigarro cayó al suelo como un gusano muerto—. Todos mis amantes han sido galanes, hombres de bandera, ¿cómo iba yo…?
—Rita, parece que no entiendes que mientras los programas del corazón conjeturan si sí o si no, hablan de ti.
Rita enmudeció. Eso era cierto, ciertísimo. Pero no iba a bajarse del burro de momento.
—La polémica ha significado un revulsivo en tu carrera, que estaba, digámoslo finamente, un poquito estancada.
—Menudo revulsivo de mierda —farfulló la interesada.
—Eso es lo de menos. Estás de nuevo en la palestra, especulan, te nombran. Eso es bueno.
—Es porque tengo cuarenta y seis años —gimió Rita en un solo apesadumbrado-, todo esto es porque soy una anciana de cuarenta y seis años, ya no me llaman para papeles.
—No digas chorradas, mujer. Es una mala racha, nada más.
—¿Crees que no debemos demandar al calvo?
—Ni de coña. Aprovechemos a ver si puedo colarte en uno o dos programas del corazón de esos prime time y nos sacamos un dinerito. Si hace falta inventar una historia a cuenta de José Rafael, la inventamos y santas pascuas. Lo importante es participar.
—No me pidas que reconozca haber tenido contacto con ese bacalao, que me da un ataque —amenazó Rita aplastando la colilla contra el cenicero.
—Jugaremos al despiste, mejor así, más morbo y más duración.
—No sé, Annabel, no estoy muy segura del todo…
—Es eso o hacer fuego con dos palos, Rita, tú decides.
Se dejó caer como un fardo sobre el sofá. Sin ganas de oponerse, sin fuerzas para rutilar como la estrella que era.
—De acuerdo, —concedió abatida— está en tus manos, confío en ti.
—Como siempre, Rita, ya sabes que haré lo mejor para las dos. Tú céntrate en estar divina, lo demás, déjalo de mi cuenta.
Colgaron las dos. Una, la agente, con las pilas puestas, la otra, Rita Postín, defenestrada. En esta profesión ingrata, era espantoso cumplir años, hacerte vieja e invisible. Veinte años atrás ningún fofo cateto y desgraciado se hubiese atrevido a insinuar que ella había caído en sus redes. ¿Por qué diablos tenía que imperar la buena imagen? Y peor aún, ¿por qué demonios una buena imagen era sinónimo de frescura, lozanía y juventud? Rita había desarrollado su carrera en la televisión y, en los tiempos que corren, los actores de las series televisivas cada vez son más jóvenes. “¡Pero si no llegan a los veinte!”, se lamentó.
—Señora —la peluquera se acercó reptando. Rita la frenó con una mirada glacial.
—Señorita.
—¿Termino de ponerle los rizadores?
—Ponme lo que te dé la gana —accedió desanimada, volviendo a tumbarse indolente en el sofá. Echo un último vistazo horripilado al programa Entre y revele su rollo y pulsó el botón de apagar—. Deberían retirarlo de la parrilla.
¿Cuál era la razón de que a ella no se la considerase, como a Merryl Streep, pongamos por caso? Tenía cien mil años y seguían adorándola como a una dama de la gran pantalla, no importaban sus arrugas ni la flaccidez de sus michelines, que eran muchos y muy evidentes. ¿Por qué con ella eran crueles y despiadados? Pensándolo mejor, no tenía cien mil años como la americana, todavía iba a dar mucha guerra, a lo mejor Annabel estaba en lo cierto y sólo era un bache pasajero que se desenvolvería beneficiosamente.
—Pásame el mando de la tele, ya —reclamó ávida a su peluquera. La mujer, con el peine entre los dientes, le tendió el aparato. Rita toqueteó afanosa hasta sintonizar el canal deseado.
Los periodistas del mundo rosa formaban una media circunferencia en torno al presentador; carroñeros sin escrúpulos ni corazón descabezaban a todo el que se pusiera por delante. Subió el volumen cuando leyó los créditos con su nombre:
“Rita Postín: ¿Aventura con un desconocido?”
—Afortunadamente, no incorporan foto del susodicho, igual hasta hay quien piensa que se le puede mirar —murmuró para sí. La peluquera arqueó las cejas.
—Pero, ¿qué objeto puede tener inventarse una historia como esa? —inquiría en ese instante Koka Perales, una arpía desgreñada y envidiosa, con cara de pez.
—Darle celos a su novia, ya lo viste.
—Podría haberlo hecho con cualquiera, no hace falta recurrir a un famosillo…
—Será puta… —masculló Rita con un respingo.
—Oye, oye, oye, que estamos hablando de Rita Postín, no de un casposillo cualquiera, que es una actriz de telenovela muy reconocida en España —la avasalló Boleto Maya, un gay sofisticado con el que coincidía en los cócteles y estrenos. Siempre insistía en fotografiarse unidos.
—Di que sí, divino —Rita le lanzó un beso enardecido al televisor.
—Estás antiguo —arremetió Koka con mala leche.
—¿Eso qué significa, lagarta? —la actriz se tiró del sofá como un tapón de corcho. La peluquera se quedó cardando el aire.
—Tiene su público —se defendió Boleto aleteando las pestañas—, y eso hay que respetarlo.
—Tengo mi público, tengo mi público… Un poquito más de énfasis, maricón —gruñó Rita volviendo a sentarse. Apretó la tecla roja y el aparato quedó a oscuras. Miró de reojo a la muda trabajadora del cabello—. No sabes la suerte que tienes dedicándote a lo que te dedicas, cielo. Nunca nadie te contará las arrugas y, menos aún, te las echará en cara. ¿Qué tal las raíces?
La otra fisgoneó cerca de su cuero cabelludo.
—Bajo control, no hace falta color de momento.
—Las canas, peor que la lepra, no las pierdas de vista —encendió otro cigarro y expulsó la bocanada de humo directamente contra la pantalla de la tele. Ojalá tuviera enfrente al tal José Carlos para partirle la cara de cebolleta.
Porque era José Carlos, ¿no?
Agradecimientos a Regina Roman
Y a ti.
ResponderEliminarMuchos saludos...
Realmente tiene una pinta muy buena el libro de cuarentañeras ^^
ResponderEliminarBesotes guapa!!!
El libro parece muy interesante, ya espero leermelo cuando salgo. Ah por cierto tienes un premio en mi blog :D
ResponderEliminarTengo Un féretro en el tocador de señoras esperando en la estantería, a ver si lo leo ya!
ResponderEliminarTiene muy buena pinta y muy del estilo de Regina.
ResponderEliminarNo paramos de cazar exclusivas, ¿eh? xDD
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