Háblame que te escucho es la visita inesperada de una hermana, un viaje por los recuerdos del pasado, un intento desesperado de entender el presente y de cuestionarse el futuro. La relación de dos hermanas completamente distintas, con conversaciones pendientes y ambas llenas de verdades a medias. La incertidumbre, la esperanza, la pérdida, la superación, el amor, la familia, la vida y lo que hay después de ella.
Háblame que te escucho es un torbellino de emociones que nos embarca en un viaje conmovedor y sin tapujos. Es una obra esperanzadora que resuena profundamente en cada espectador. Tiene un texto valiente que es capaz de iluminar el escenario incluso en los momentos más oscuros.
Cuando terminó la obra es de las pocas veces que he deseado que esas preguntas y respuestas que se lanzan no terminen nunca.
Tenía miedo que por su corta duración no fuese capaz ahondar lo suficientemente y solo se quedase en la superficie, cosa que no ha pasado.
El texto es capaz de iluminar el escenario incluso en los momentos más oscuros, dolorosos y con más incertidumbre. Me enamoré del texto por lo precioso que es y por lo inspirador que llega a ser.
Elena Pino y María Páguez tienen duende. Cada una por separado tienen su propia luz, pero juntas tejen un hechizo mágico sobre el escenario sobrecogedor.
Estas dos actrices nos guían a través de un viaje inesperado por la memoria y los recuerdos. Pero, también, por esas preguntas sin respuestas y esas respuestas con las que no nos conformamos y queremos saber más.
El escenario es un personaje silencioso, que crea una atmosfera perfecta e íntima para crear esas memorias tan vivas y esos recuerdos inolvidables. Me encanta la sencillez del escenario y como este es una caja de zapatos en la que introducir todas esas vivencias que no queremos olvidar y nos negamos a soltar.
En háblame que te escucho hubo varios instantes, en los que un torbellino de lágrimas pujaban por salir tímidas y, al final, entre una carcajada y otra, lograron salir.
La sutileza de las luces sobre el escenario en los momentos más emotivos y el brillo de las linternas hicieron que se generase una conexión tan única que me estremeció.
Soy de esas personas raras que piensa que, lo que no se puede decir con palabras, mejor con canciones.
Así que, me llevé una gran sorpresa al ver como esa selección musical nos cuenta más que las propias palabras de las protagonistas.
A lo demás dicho, se suma el increíble trabajo corporal de Elena y María. Ellas dos hace que el público se contagie de esa pasión que irradian sobre el escenario.
Hacía tiempo que no transitaba entre la risa y el llano en menos de un segundo. Pero, hacía tiempo que no me encontraba con un texto teatral tan bien equilibrado.
Es decir, tiene una parte impactante, con sus giros, con sus tensiones y emociones que te sacuden y golpean sin miramientos. Al mismo tiempo, esos diálogos tan crudos te llevan a sonreír. Las conversaciones pueden empezar de manera banal e inocente, pero luego transitan por otros lugares más complicados.
Al terminar de ver la producción, todos los interrogantes, que son puestos sobre esa mesa con ese álbum lleno de recuerdos y fotografías, me visitaron de nuevo. No de manera triste, sino como un recuerdo nostálgico y vivo.
Soy de esas personas que buscó señales y las pedía constantemente, que tuvo miedo de olvidarse, que tuvo terror de no recordar ciertos detalles…
Esta experiencia teatral se vive con una fuerza arrolladora. Gracias a esta obra he vuelto a abrazar a mi memoria y me ha enamorado.
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